"Solamente aquél que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado." FRIEDRICH WILHEM NIETZSCHE


martes, 30 de marzo de 2010

Prisionero En El Paraíso

Este podría ser, perfectamente, uno de los capítulos de mi libro...



Aunque pueda parecer extraño viniendo de mi, no recuerdo la primera vez que le vi; para mi memoria siempre había estado, sonriente, en aquella triste esquina de la barra de nuestro bar.

Era un hombrecillo duro, pequeño y tímido. Honrado, amable y sorprendentemente alegre. Su cara se empeñaba en decir que tenía muchos más años de los que realmente tenía. Sus ojos, que había dejado algo muy importante en el lugar que le vio marchar. Y su sonrisa... su sonrisa decía que estaba perdido en medio de otra cultura, de otras costumbres que no alcanzaba a entender del todo, pero intentaba disfrutar a su manera.

Se llamaba Nikolos y era un griego que llegó sin papeles a la tierra prometida y, aunque había conseguido malvivir con el sudor de su frente, su condición de ilegal le había convertido en prisionero en el paraíso. Ironías de la vida. Para colmo, la miseria de sus orígenes más que humildes; la misma que le obligó a buscar un futuro mejor más allá del horizonte, ahora le negaba también su nacionalidad y hasta su propio nombre...

Un día de verano, de esos en los que cuesta respirar, entró en el bar alteradísimo. Recuerdo que sólo estábamos Iñigo (camarero, amigo y niño valiente a jornada completa) y yo, y que hasta nos reímos al ver a aquel buen hombre tan acelerado. La falta de costumbre, supongo.

Conseguimos entenderle que su mujer había encontrado, en algún puerto de su Grecia natal, a alguien lo suficientemente amigo, valiente e insensato (normalmente sinónimos los tres) como para jugarse algo más que sus propias lentejas mirando hacia otro lado justo en el momento apropiado...

Así que había echado mano de todo el dinero que había sido capaz de ahorrar, dispuesto a aprovechar la oportunidad; con la energía de quien sabe que podría no volver a presentarse, de quien, después de haberlo pasado mal, ve su sueño, su propia vida, de nuevo, al alcance de la mano. Sin embargo, la vida volvía a reírsele a la cara; sin nombre, no hay billete de salida. Y su desesperación le llevó hasta nosotros...

Dos semanas después, embarcaba en Barcelona rumbo a su hogar, sin maletas pero con los bolsillos llenos de esperanza. Con mi nombre en la tarjeta de embarque y el suyo esperándole en tierra firme, al final del viaje más largo de su vida, junto con la mujer que no había podido quitarse de la cabeza ni un segundo desde que partiera hacía ya demasiado.

Años después volvió a la tierra prometida, esta vez sólo como turista, un turista especial buscando las marcas que no había podido borrar el paso del tiempo y las huellas de sus propias pisadas volvieron a llevarle a nuestro bar. No coincidimos, pero me contaron que llegó acompañado de su hermosa mujer y de su hijo... que tenía un nombre vasco que no consigo recordar... o sí?


Un niño (triste) cualquiera*.



* en breve camino de Berlín...

4 comentarios:

  1. Ay...mi niño (triste) cualquiera, que relato tan tierno, hacen brillar las pupilar e inclinar hacia arriba la comisura de estos labios.

    Besos,

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  2. Aglaia...

    Gracias por tus palabras, wapisima Por una vez, y sin que sirva de precedente, te diré que hay mucho de cierto en esta historia...

    Sonríe, es la clave ;)

    Un besazo... y recuerdos desde el Norte,

    Un niño cualquiera.

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  3. Y esta historia a mi que me suena de algo... hay acciones que no tiene precio verdad?
    Podría decir el nombre que se te ha perdido pero mejor me lo guardo.

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  4. Carma...

    Te suena? No creo... jajaja No se me ha perdido nada, niña, es un dato sin importancia Y sí, claramente, hay acciones que no tienen precio Y aun así, curiosamente, suelen volver a quienes las acometieron en el momento más importante...

    Un besazo, y recuerdos desde el Norte con cariño,

    Un niño cualquiera.

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