Vivo asomado al balcón de tu sonrisa,
entre mi mal de altura
y mi miedo a la distancia,
viajando en el tren que recorre la cornisa
desde el mar de tu cintura,
hasta el sol, que sin saberlo,
nace y muere en tus ojos de luna.
Y en lo más alto del mirador, disfrutando,
me ha saludado contenta
y cariñosa la ría;
feliz de vernos amanecer del mismo lado,
entre besos de menta,
donde el reloj marca las seis,
donde se mezclan sirimiri y galerna.
Y que más da que el tranvía nos despierte,
mientras te gires a mirar,
mientras nos pensemos mundo.
Y que más da isla, península o continente,
si todo lo baña tu mar,
como el reflejo de la luz,
cuando lo que nos rodea pierde la vertical.
Pinta un cielo infinito y llénalo de peces,
que yo también prefiero
volar en lugar de nadar;
que aquel traidor medio metro desaparece,
ahogado en el tintero,
cuando los cuadros se juntan,
cuando todo, niña, me recuerda que te quiero.
Un niño cualquiera.